viernes, 5 de octubre de 2012

No pasa


Aunque no es desesperante, hace calor esta mañana.


Aquí un poco de calor más allá de lo normal es apenas agradable, y no pasa de ser un motivo para quitarse la chaqueta o el saco y dejar ver la camisa blanca, inmaculada o no.


Al salir a la esquina veo que el reloj de la avenida marca la misma hora desde hace dos semanas. Son demasiado precisos mis pasos y mis movimientos a esa hora de la mañana, hasta el punto de parecer que los mismos carros pasan por la avenida exactamente en el mismo momento sin que se modifique su horario ni en un segundo. Los buses de los colegios llevan a los niños medio dormidos y sus caras, con pocas ganas de haber salido de sus camas, miran por la ventana a toda una bandada de adultos responsables.


Yo soy uno de ellos, uno que no se da cuenta de su estado.


Sigo mis pasos simplemente, como si fuera cosa de otra circunstancia distinta a mi voluntad que transcurre en recuerdos de sonrisas acariciables con los ojos. Pero los números del reloj me devuelven a la conciencia de la falta de conciencia, de verme mecanismo, objeto preciso y coordinado, parte de una falacia que aparece como vida, cuando realmente no es sino carencia de vida, cuando vida precisamente es todo lo contrario, o lo que se antepone a esto, es decir lo que mi mente se permite, aunque mi mente se permita cada vez menos, y otras cosas que no importan se metan en ella como gusanos que carcomen el tuétano para enconarse y convertirse en una alimaña pegajosa.

Pero sigo caminando, tan mecánico que la marcha de mis pies se va acomodando sola a las irregularidades del camino, que ya son regularidades, es decir, simplemente guías que se van sintiendo en las plantas. Miro al suelo entonces y trato de descubrir debajo del polvo de los demás zapatos que han pisado tantas veces el mismo polvo, e indefectiblemente me encuentro con la huella de mis zapatos, de mis zapatos nuevos que pisaron ayer el mismo piso, y me siento como si le pusiera a Heráclito el pie en la cara, cuando piso mi huella otra vez, y entonces, seguro de que no soy tránsito sino cosa y que la cosa se queda pase lo que pase, ya no me fijo, y sigo caminando cruzando la avenida sin mirar a ningún lado porque lo estoy viendo todo, en el tiempo y el espacio, y en ése momento el carro del escolta del ministro, que seguramente también piensa lo mismo, porque tampoco me ha visto, o me vio indiferente, deja una huella imborrable sobre mi.

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