martes, 11 de diciembre de 2012

Un cuento verde


                                                                                                                                                  A Fonseca



Una rama de pasto cae diminuta sobre los labios de ella.

Eso la despierta.

Soplándola, la hace a un lado y rotando su cuerpo, me da la espalda.

Se levanta y comienza a caminar en rededor mío, su cara mirando el piso es devorada por el pasto. Con los pasos siento el rumbar de su pensamiento. Sin embargo no dice nada. No tiene con quien.

Ella evidencia toda mi inutilidad. Soy incapaz de hacer nada aunque quisiera, y ella me lo hace saber con su rondar sin mirarme.

Eso me llena de culpa.

Si pudiera…


Tiene un vestido oscuro de una tela delgada que parece rondarla como su propia sombra, su propio silencio. Y es el viento que la mueve, un mástil de su propia voluntad, un verdadero aliento ajeno que la mueve a ella y que también me mueve a mí.

Solloza.

Y yo me lleno de ruido, todo yo vibro, toda la tierra, todo el viento vibra conmigo. Y ella se ha quedado detenida mirándome, ahora sí. Ahora me ve, ahora que el viento me mueve. Como si no me hubiera visto antes, como si ella no me hubiera visto hacerlo. Ahora me ve, me ve en el árbol colgado de una rama, hecho uno con todo. Todo tránsito, parte, árbol, rama.

Mi cuerpo muerto se balancea con el viento.