viernes, 12 de octubre de 2012

Barro


Una vez sentada en la cama la mujer trató de levantarse, sus pies llenos de lodo quedaron atrapados en el suelo como si fueran aprisionados por grilletes pesados. Había llovido.

Durante toda la noche el río fue apoderándose de la casa, inundándola, humedeciendo la tierra del piso hasta hacerla una cosa blanda que se metía entre los dedos de los pies y despedía un olor a mierda de animales. La cama se hundía unos centímetros en el barro y estaba en medio del cuarto como si hubiera estado a la deriva en medio de la noche.

No había sol en la ventana, la luz era algo sin fuente fija que apenas iluminaba las cosas desordenadas del cuarto. Parecía que instantáneamente la tierra en una sacudida violenta lo hubiera desarreglado todo.

Comprendiendo la imposibilidad de poner de nuevo los pies dentro de las cobijas por su pudor natural, decidió incorporarse con la dificultad que eso conllevaba. El silencio del campo hacía que cada paso en el barro diera la sensación de estar pisando materia descompuesta.

No había pensado en la posibilidad de que el río dejara una capa de lodo muy por encima del nivel del suelo. Lo comprendió cuando sus manos trataron de abrir la puerta de la casa, y ante una ligera dificultad en el primer intento, tiró con fuerza en el segundo y una sacudida la empujó hacia adentro. Era mayor la cantidad de barro que se había apilado en la entrada, afuera de la casa, que aquella que había logrado entrar por las rendijas. Apenas pudo sostenerse en pie. Con la puerta abierta, su mirada se extendió por un campo gris en el que las vacas trataban de andar de manera incierta sin poder levantar ninguna de sus patas con seguridad, pues corrían el riesgo de hundirse más.

Todo parecía haberse detenido en un instante permanente en el que las cosas móviles hubieran desaparecido, y las que seguían ahí, se ubicaran realmente en otro sistema temporal más lento y dificultoso.

Ella misma comenzó a sentir que todo, incluso el cielo, incluso ella, estaba detenido en un momento eterno de inexistencia.

Luego volvió la lluvia y todo se desesperó en los mismos lentos movimientos. Resignadamente una de las vacas decidió hundir su hocico en el fango, e instantes después algo inmenso la invadió sin ninguna señal, comenzó a ladearse como un barco escorado, hasta caer suavemente quedando medio zambullida en esa masa espesa.

Perpleja, la mujer no trató de salir, arrastró los pies, consiente de la inutilidad de tratar de sacarlos para tener que volverlos a meter en el fango, y simplemente se sentó en el borde de la cama de nuevo.

El olor comenzó al día siguiente. Entonces comprendió que la vaca ya estaba muerta desde antes que sucumbiera y que seguramente a otros animales les había sucedido lo mismo.

No pensó en Troski, el perro que estaba amarrado a un árbol, principalmente porque el árbol ya no estaba. Después detalló las vacas y se dio cuenta que no eran las suyas, no era el paisaje que había tenido por quince años al frente de su casa.

Finalmente tomó un poco de ropa y una olla, porque el resto estaba sumergido en el fango, y salió de la casa deslizando los pies

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