jueves, 27 de junio de 2013

Sobre La alucinación de Gylfi

Snorri Sturluson, como personaje, no fue de la lucidez que puede ser observada en el escritor. Su vida, vista a través de los ojos de los historiadores, nos deja el sinsabor de un antihéroe más preocupado por sí mismo que por su tierra o sus conciudadanos. Pero más allá del plano de lo que podríamos llamar como público, nos encontramos a un hombre preocupado por lo literario y por la historia; cuenta de ello dan sus obras, que van desde la historia de los Reyes de Noruega, hasta sus estudios sobre la poesía de los Scaldos y su profundo saber sobre la mitología islandesa. En torno a esto, surge la pregunta acerca del carácter de una obra como La alucinación de Gylfi; si es teológica, en cuanto a su narración de la creación del mundo y la vida de los dioses; si es histórica, en cuanto a su interpretación y puesta en escena como verdad; o es una creación poética dada su fuerza narrativa que se vale de cualquier recurso para darle valor y velocidad a lo narrado y que hasta se permite licencias históricas para lograr su cometido. A mi parecer es esta ·última la posición que más sentido tiene. Snorri no era quien se preocupara de una veracidad en una obra que tenía ciertamente un carácter explicativo distinto y distante de lo que pudiera pretender en las otras obras de su autoría. Pero predomina lo poético, lo creativo. Aunque, si bien podemos ver como tal su estudio de los ciento dos tipos de versos de los Scaldos, también lo podemos concebir así en esta obra de la que nos ocupamos en cuanto a la creación de la prosa que narra y re-crea la historia mitológica del pueblo escandinavo. Para mí es preponderante su preocupación porque ella fuera veraz y a la vez creíble. Más allá de ser explicativo, enuncia y crea toda una visión de mundo por medio de lo recopilado en sus estudios sobre los mitos escandinavos. Hace su propuesta y la justifica y argumenta. ¿Cuál es su propuesta? La defensa de los mitos profanos y ajenos a la religión cristiana que ha comenzado a expandirse por sus tierras. Snorri defiende lo propio, su cultura; la preserva y trata de hacer que vuelva de la historia para ser mito de nuevo. El valor de Snorri y de su alucinación de Gylfi es ese, la preservación de lo mítico a través de los tiempos y de la historia. Huelga decir que aunque era de la fe de Cristo, Snorri profesaba su amor por la cultura perdida, y qué mejor forma de expresar el amor que por intermedio de lo poético.

sábado, 22 de junio de 2013

Doktor Faustus

"Pero si alguno convida al diablo a ser su huésped,
para salir de ese estancamiento y llegar a prosperar,
ése vende su alma y toma sobre su nuca la carga del pecado de la época,
y de este modo queda condenado."

Adrián Leverkhun.

Pensar en la genialidad, en la capacidad humana de ser más que humano, en aquello que permita a un arte ser más una afectación que una comunicación.

La disciplina es tan solo un aliciente de la obra, se da sin imponérsela. Su característica es la afectación que produce y se reproduce; ese pathos no es únicamente el que percibe quien recibe la obra, es el pathos del quien la crea, del que hace en ella su ser, que afecta su vida, su mundo en ella.  

¿El enamorado no hace más que pertenecer su mundo a su objeto de deseo? ¿no da su vida para él? ¿no desea eso? Cada quien se crea, se hace a sí mismo, no hace más que acabar con su vida momento a momento para lograr lo que pretende. Es una actitud en igualdad de egolatría y desinterés. La afectación es evidentemente la causa de ello. La sensibilidad agradecida, o la verdad que se va haciendo más difusa, obliga a desarrollarse, a materializarse mundo en el creador. El demonio es aquella afectación que se manifiesta en el creador y que niega todo lo que es ajeno. El compromiso es consigo mismo, con las intenciones que van más allá de lo puramente terrenal aun cuando vuelvan a ello. Se sale de lo humano para manifestarse. Se deshace en sufrimientos cremándose hasta lograr lo que quiere. ¿Que se logra en un arte en el que se quiere lo máximo? ¿es hacer? El sufrimiento va más allá de nuestra dominación. Es el afectarse en sí. Es la entrega de mi propio ego para lograr lo que yo quiero. Entre el método y lo conseguido no hay más distancia que lo verdadero sentido, aquello que nos obliga a hacerlo, porque en eso se nos va la vida.


En el que hace, se requiere una especialidad, una capacidad. Es el elemento mas la afectación del ser en su necesidad de realizar. El hombre que se crea a sí mismo para ser lo que quiere.

Sobre la muerte en Venecia


"En un instante dado se levantó para encontrar la mirada,
 pero cayó de bruces, de modo que sus ojos tenían que mirar de abajo arriba,
mientras su rostro tomaba la expresión cansada, dulcemente desfallecida,
 de un adormecimiento profundo. Sin embargo, le parecía que,
desde lejos, el pulido y amable mancebo le sonreía y le saludaba."
(La muerte en Venecia)


Se ha hablado de un Pathos, al cual no acabo de convencerme de acuñarle el término simbólico, que entregaba al artista a una muerte segura, a una entrega segura a través de lo que podríamos llamar la búsqueda por la belleza. El objeto del artista es en definitiva hacer algo bello, tan bello que intimide a otros. 

Con Adrian Leverkhun esa belleza lo llevaría a la entrega y a la muerte. En von Aschenbach es la muerte la que lo lleva a la Belleza, pues detrás de él se encuentra ese gondolero sombrío que lo lleva por los canales mientras va hablando sólo en una jerga incomprensible. El viaje es gratis y llevado por la fuerza de la voluntad y del destino. --Usted va al Lido. Pero antes de esa muerte que lo lleva, se le ha concedido un deseo que lo deje en felicidad. Podrá ver a ese joven de seis años que es la presentación de lo completo humano y lo completo divino en uno solo.

La peste asola a Venecia y las gentes huyen de ella; von Aschenbach se queda, se entrega a un peluquero desalmado que pretende devolverle una juventud inexistente por medio de artificios de maquillaje, tal y como él mismo había criticado en un hombre ya de edad que pretendía codearse con muchachos adolescentes. 

Pero hay mucha distancia entre uno y otro, las pretensiones de ese otro hombre eran mucho más diáfanas que las de Aschenbach, las de éste eran completamente oscuras incluso para él mismo. Solo quería verlo, lo perseguía por toda la ciudad pretendiendo ser un amante solitario que jamás podría poseer su objeto de deseo y que sólo en la contemplación, como en un cuadro, como viviendo a su sombra, o como su sombra misma, se haría conocedor de todo ese dolor que es la belleza.


En el final de la vida Aschenbach puede conocer la belleza tal cual es. Para alguien que como él a logrado esa belleza hasta ahora por medio de sobrias y potentes lucubraciones de su mente, el verla ahí, delante de sus ojos, es el mejor regalo que le puede brindar la naturaleza y lo divino. Pero es también el sufrimiento de saberla lejana e imposible, es una burla de Dios que muestra la mejor obra de su creación ante ese demiurgo, uno de los mejores a escala humana, y le hace entender que jamás llegará a hacer algo parecido. 

El artista muere entonces, porque ya no hay más nada que hacer.