Comía
gelatina en la mesa de comedor de la casa. Eran las seis de la mañana, y el plato
parecía una piscina rota de color morado. La pizza recalentada en el microondas
soltaba un vapor raro, también había unas cuantas latas de cerveza apachurradas
sobre la mesa. Su desayuno se parece al de un jugador experto de Battlefield.
Había celebrado
solo. Y quizá era eso lo que había que celebrar. Lo demás eran triunfos de una
operación simple que cualquiera habría podido realizar. No se sentía
particularmente orgulloso de ello. En su cerebro estaba claro que no se trataba
de un Pulitzer o un premio Nobel, ni siquiera una cosa así de este mundo,
realmente era un premio dentro de una Universidad mediocre que se caracterizaba
por formar abogados por toneladas. O sea que se trataba de un premio al mejor
abogado chimbo de Bogotá. ¡Salud! Otra cucharada de gelatina, no fuera que le doliera la próstata.
Su pelo
lacio y negro, pegado contra el cráneo parecía una sola masa tiesa acaramelada
por la grasa que seguramente le transmite la pizza. Su altura de cuerpo entero
parece derrotada en la mesa. En el televisor de la habitación retoza Jota Mario
con las flacuchas de paso. Hay que ir a clase hoy también. Será obvio que
anoche trasnochó preparando algún documento para un curso que tiene que dictar
en algún lado.
–Doctor Alborán,
–le dijo un profesor de la Facultad mientras se tomaban la copa de vino, –un
premio así es muy merecido. Sin duda el apoyo de la doctora Rodríguez ha sido
muy importante–. El recuerdo de la cara de su colega le recordaba la sonrisa
espantosamente torcida de Selena, la doctora Rodríguez no se podía reír de otra
manera, era como si una mitad de su cara no estuviera de acuerdo con la otra
mitad.
El clon de
sí mismo comenzó a mirarlo desde el espejo en el que se mira todos los días
antes de salir a clase. Allá en el espejo, tenía corbata, un Hernando Trujillo lo
hacía parecer decente, sonriente, orgulloso. Acá contra la mesa pensaba que el
millón y medio de pesos que le daban por el premio no le alcanzaba para mayor
cosa, y que afortunadamente la fiesta que hicieron después fue cerca a la
Universidad, así, no pagó nada. Selena se había ido temprano después de unas
cuantas cervezas, porque no podía llegar tan tarde a su casa, su marido la
esperaba. Con esa plata se iba a comprar unas mancuernas de oro que había visto
otro día. Por eso valieron la pena las últimas cervezas, las que se tomó sólo.
Todo estaba
bien ¿cierto? Era el premio a la investigación. Él está en la academia, es su
premio. Poco importa que haya sido la presión de sus amigos la que permitió que
se lo dieran, el decano quería que fuera para él.
La receta de
leche asada con vino que sirvieron en el cóctel posterior a la entrega del
premio debía haber sido suficiente indicio de que no era el resultado de sus
investigaciones lo que se premiaba. Era más bien como un concurso de Miss Universo,
había que tener buena ropa. Selena sin ropa se veía peor, y aunque él era el
elegido por ella, eso no era para sentirse orgulloso.
Pensó si
mandaba enmarcar el cartón donde constaba el premio. Se desprendió de la mesa
para recogerlo del piso. Lo miró con la tristeza con que mira al niño que le
pide plata después de limpiarle el vidrio a la camioneta. Había que enmarcarlo.
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