Algo muy grave está sucediendo, el mundo es un lugar que
genera más miedo que hace 15 o 20 años.
La campaña de terror que se ha venido dando en las ciudades
como Cali y Bogotá, genera una zozobra tremenda en la población. Pero basta de
decir obviedades. Existen serias dudas respecto del origen de esa campaña.
Son las cuatro de la tarde del viernes, hemos estado pendientes
de las noticias, pues el día anterior se había dado el paro y marcha de protesta
en contra de las diferentes políticas y situaciones que agobian a nuestro país.
Estamos viendo todo desde la barrera, desde lejos, porque hacía apenas unos
días habíamos dejado el país para buscar mejores oportunidades en México. El
paro fue una grata sorpresa porque los días anteriores se sentía de lejos un
rumor pesado de represión y violencia que anunciaba situaciones similares a las
de Chile y Bolivia, por no decir mas. Pero en términos generales esto no pasó.
Hubo problemas que no trato de minimizar. Violencia institucional de la policía,
daños en algunas edificaciones. Pero no hubo los enfrentamientos en la calle
generalizados entre los que marcharon y la fuerza pública. Luego vino el
cacerolazo, que sorprendió a muchos. La noche tuvo un nuevo dueño que fue el
ruido, la protesta y también la alegría. Sin embargo comenzaron a llegar
noticias raras desde Cali. Tenemos familia allá y nos contaron que había especies
de hordas atacando conjuntos cerrados de casas y apartamentos tratando de
vandalizarlos. Que había camiones que pasaban por el frente de los conjuntos y
dejaban grupos de personas que iban a atacar esas zonas residenciales. Hubo
muchos que pasaron la noche en vela apostados medievalmente dispuestos a la
defensa de sus casas, armados de lo que encontraron a la mano, palos de escoba.
Decretaron toque de queda en Cali esa tarde, aunque no me quedó muy claro en qué
momento.
Pero pasó la noche, los caleños de la familia se reportaron
bien, aunque asustados.
Llegó el viernes con su ajetreo, buscando casa, colegios,
organizando otra vez la vida en otro país. No pudimos estar muy atentos a las
noticias durante el día. Cansado de ver desde lejos tanto ruido de noticias y
guerra de información y desinformación sobre el paro del jueves (21N), había
desmontado el Facebook de mi teléfono, para no quedarme pegado de la pantalla
todo el día. A la tarde al llegar al hotel, revisé la red y surgieron noticias
extrañas. Primero que había toque de queda en Bogotá desde cierta hora en
ciertos barrios y luego en toda la ciudad desde las 9 PM. Pero también que el transporte
masivo y desastroso pero único en la ciudad, el Transmilenio, dejaría de operar
a las 7 PM. Lo primero que nos preguntamos fue lo obvio. Cómo va a llegar la
gente a sus casas antes de las 9 si no va a haber transporte público. Que
levantaron el pico y placa, dijeron adicionalmente. Cualquiera que conoce y
vive Bogotá sabe que eso significa interminables atascos y que para llegar a
las 9 a las casas habría que salir con por lo menos 2 horas de anticipación.
Eso los privilegiados en carro, ¿y los que dependen del Transmilenio? Luego
llega la noticia según la cual el Rector de la U de Los Andes autorizaba a
personas, bajo identificación, a pasar la noche en la Universidad, si había
quedado atrapados en el centro. Lo mismo hicieron otras universidades. El miedo
comenzaba a tener forma. No salga a la calle, que no los atrape el toque de
queda por ahí, porque con los videos que se ven en las redes sociales, ya se
intuía la represión y violencia que le iba a aplicar a los desdichados que
estuvieran por la calle, porque no tuvieron opción (porque se las quitaron).
Mas tarde, llegan noticias parecidas a las de Cali, pero en
Bogotá. En Cali creo que se repiten las historias del día anterior. Y siente
uno como el miedo comienza a crecer. Sin embargo, también comienza a crecer
otra cosa, la duda, que es parte del miedo. ¿Por qué camiones con gente organizada
para atacar conjuntos cerrados? ¿Cómo esos camiones pueden circular por la
ciudad si hay toque de queda?, ¿por qué decretaron toque de queda desde tan
temprano? ¿Ya sabían que iba a pasar? ¿Cómo que las Águilas Negras se aparecen
como salvadores a decir que van a proteger a los caleños?
El miedo se expande. Las personas solas son las que sufren
mas. Porque en la ciudad se sienten inermes. La palabra y la sensación,se debe
dimensionar. La ciudad protege en sí misma, ofrece la posibilidad de vivir en
soledad con riesgos reducidos, porque puedes ir al supermercado a comprar tus
cosas y volver a casa y seguir con tu vida sin que nadie te conozca, sin
intervención de nadie. Pero también aterroriza a las personas que viven solas
porque, cuando esa seguridad se rompe, esas personas son las que se sienten mas
vulneradas. Y la palabra, inerme, que indica que no se cuenta con las armas
surge como un peligro doble. No tienes cómo defenderte, pero peor aun sientes
que tienes que defenderte. En el miedo, en el terror, en el pánico, no se
reflexiona sobre las causas de esto. Sólo se sabe lo que muchos han dicho en
estas horas, que no hay fuerza pública para defendernos. Pero no entendemos que
la fuerza pública está fallando en su deber principal que defender a las
personas. Peor aún, que la estructura del Estado no está organizada para que
estas situaciones no se presenten, sino todo lo contrario. Las condiciones de
desigualdad, de carencias muy amplias de acceso a necesidades básicas de vida
como la salud, la educación, un salario justo y que alcance para una vida
digna, transporte, etc. (un etcétera elevado a la ene). Estas condiciones
llevan a que las clases medias se sientan privilegiadas y a la vez en un estado
de amenaza desde las clases inferiores que sienten esa desigualdad. Y la clase
media se siente entonces amenazada y trata de suplir la falencia del Estado, en
lo inmediato, la seguridad. Se arman. Porque se ha difundido el miedo. Porque
conocen la delincuencia, porque la viven a diario en el raponazo, en las bandas
organizadas de ladrones que roban a las personas en sus carros en los
semáforos, porque saben que muchas personas en condiciones de vida muy bajas,
el terror se apodera de ellos, de nosotros. La imaginación toma velocidad, imágenes
de películas apocalípticas se apoderan de nosotros. Un video en redes sociales
confirma la imaginación, la expande.
Se le suma otro problema, la xenofobia. Se difunde la idea que
los vándalos son venezolanos, pagados o no. Pero entonces la toma carrera la
otra diferenciación, el otro, el inmigrante. Es muy probable que se haya dado
esto, pero el resultado es estigmatización en la sociedad. Escuchas el acento y
etiquetas: vándalo. Ya lo vi similar en Inglaterra con las personas de origen
árabe. Es seguir el juego del miedo.
Seguramente muchas personas se preguntarán, y creerán que
con la pregunta se salvan intelectualmente del problema: ¿si es cierto que hay
bandas, hordas de personas atacando los conjuntos? ¿o es mentira? Pero creo que
la pregunta no es válida, porque el miedo es real, aunque generado. Claro, es
bastante obvio que no tiene sentido vandalizar un conjunto de casas. Si el
objetivo es robar, es mas fácil irse a vandalizar almacenes. Pero si usted, yo
cualquiera está en su casa y una persona se para al frente de su ventana a
pegarle con un palo, ¿usted que piensa? ¿qué siente? ¿qué hace? Si ve a sus vecinos
que salen a las cercas neo-medievales de los conjuntos armados y dispuestos a
defender sus casas, ¿qué siente?, ¿qué piensa?, ¿qué hace?
La reflexión de hoy por la mañana, cuando aparece la luz, no
puede ser: Ohh ¡que bueno! No pasó nada. Gracias (¿a quien?). Pero, ¡no hay a
quien darle gracias! ¿Quién organizó esto? ¿Por qué se genera este miedo? ¿A
quien le sirve? Es obvio que tiene que ver con el paro. Muchos deben estar
pensando, y no creo que sea correcto juzgarlos, que ojalá todo pase, que todo
vuelva a la normalidad. Pero también debe haber quien piense: debemos volver a
salir. Este terror de la noche, es la muestra adicional del Estado que falla.
Cualquiera que haya sido la razón. O porque fue el resultado de algo organizado
por quienes ejercen el poder, o porque fue organizado por bandas de
delincuentes. En todo caso el Estado vuelve a fallar. Permite, organiza,
participa, o genera condiciones para que la población se vea amedrentada.
Ahora, una reflexión mas. Algunos han dicho en redes sociales
que esto que sintieron los bogotanos y los caleños, es lo que viven día a día
las personas en el campo colombiano donde la guerra sigue. Otros han dicho
también que ni en sus peores épocas, las FARC o el ELN había logrado semejante
grado de terrorismo en las ciudades. Unir esos dos puntos da como resultado
algo simple. Es la misma guerra, la de años atrás, la que no se terminó por
decisión popular en 2016. Se la pusieron en las narices a la clase media de
Bogotá y Cali y la respuesta fue terror, fue mini grupos paramilitares
organizados en las empalizadas de los conjuntos cerrados de las ciudades. Fue,
ha sido, es violencia.
La única forma de contrarrestar esta situación es con la
reflexión y la expresión de la crítica. No se puede negar el terror, no se
puede revictimizar a quien lo ha sentido, porque es terror. No es razón. No es
su culpa, es la de otros que se aprovechan de las condiciones de desigualdad e
incapacidad del Estado de proveer condiciones de vida digna a las personas.