jueves, 27 de septiembre de 2012

Descuento


El hombre salió caminando, luego, con la mano derecha extendió un pensamiento, lo detuvo y se subió en él. Siguió caminando sentado en el asiento y sus pasos, tan silenciosos, rodaban por el suelo, sin pisar a nadie, sin pisar nada más que el suelo. Cuando hubo llegado, perdió su pensamiento en una ruidosa despedida y volvió a sus pasos, pisándolo todo y callado se encaminó hacia el silencio. Al abrir la puerta, ella lo saludó un poco cansada por el movimiento del día, y al cerrarla, la despidió con la espalda.

El ruido salió saltando en timbres incesantes y luego cayó en la ignorancia. Sonriente por su triunfo inesperado, durmió su sombra en el perchero y se desnudó de su silencio para saludar.

Luego, partido desde su habitación hacia la noche, viajar entre sus pliegues durante las sábanas hacia el aliento de ella perdido en su garganta. Y así, de golpe, sin darse cuenta, se descubre de la noche en el día de la mano perdida que se había despedido de sí en la escritura de su nombre. Y se encuentran sin reconocerse, seres sin sombra, ni mirada.

La noche vuelve con el alba, y encubre las viandas de las conexiones incesantes. Se resuelve a abrir los ojos y sueña con dormir. Decide quedarse y vuelve a las intransigencias de las sábanas ya separadas y sin pliegues; terco en su inseguridad las abraza para poseerse, las encuentra sin sentidos y ellas lo descubren, llenándolo de su conciencia.

El agua lo despoja de ella, y el vapor lo devuelve a las brumas de su verdad. Una vez revestido de olor, se encubre la cara con olor y se ata a la fiereza por el látigo. Finalmente se va, sin despedirse, porque dice adiós.

Por los pasos perdidos, haya en la mediación de su alma los disimulos de los pensamientos y con cierta premura los desbarata en frases difusas de sentido, enarbolando perlas de desorden ensartadas en hilos transparentes. Todo el día cubre su sol con las nubes de su pensamiento y añora la desesperanza de un amanecer tardío de entre la boca de un animal, para redescubrir sus pasos.

Mientras.

Ella se desvanece en la caricia de su mano cuando no se encuentra en su descanso, hasta que de momento su calma lo derrite en el pasado de la puerta. El golpe de la mirada al ocaso no disimula su amanecer, cuando el sonido entrecortado se disimula en su sueño.

Visto en lo deshecho, los restos la recubren, una de sus manos lo despide, la otra lo acaricia. Es más, su calma lo empuja hacia el camino, luego lo quita de él, y se sepulta en un río de calor del que resucita desnuda en un ropaje oscuro. Se embebe en un brebaje y desborda su cuerpo por el límite de la taza, hasta encontrar el fondo. Desde entonces se añora una fracción de segundo, por la piel de la que se ha perdido. Otros pasos recorren su andar hasta que con la vista los haya en la puerta ya saliendo también, entonces los alcanza, se los pone, se encierra y vuelve a caminar hacia la distancia que la separa de su cuerpo.

Por mucho, dispone de un pasado que la encuentra en el desvío y ya perdido, casi totalmente, los pies la encierran en su campo de retorno, el olor la sigue en la espesura hasta obstruir su camino, sin miedo siquiera lo aparta con firmeza, y desde allí se precipita hacia su propia oscuridad.

Sin luz ni lámpara, se ilumina por los ojos, se descubre de sus manos, se desvanece y surge como estatua detenida en el tiempo por el tiempo hasta su aparición en el descenso. Invisible, mueve las manos con apariciones dispares, hasta desaparecer el libro que la cubre. Sin mayor esfuerzo, se descubre su telón desde las tablas, sin pies ni cuerpo, un desnudo absoluto se aparece.

Retorna de la invasión vencida para convocar nuevas fuerzas y seguirse invadiendo. Sale del espacio hacia la ausencia disponiendo las manos en torno suyo, previendo sus posteriores movimientos. Viaja al agua por la tierra y un baño de sombra la descubre en el silencio de su despedida de la soledad arrancando con el paso firme hacia las aguas reposadas. Mezclada en el ambiente se asfixia un tanto en el aire y vuelve ya casi fundida al cielo abajo, azul. Cuando luz arriba desinhibe los reflejos, la noche no comienza en el silencio.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

201.90li/O34/Ej.1


Como seguía apretado entre esos dos ya no sentía mucho cansancio en las piernas, los hombros de los otros lo sostenían fuertemente. Era cierto que si uno de ellos se iba, podría correr el riesgo de caer de lado, pues era dudoso que sus miembros fueran capaces de volver a resistir su peso después de estar tanto tiempo inútiles.

Su suerte era la misma desde hacía ya demasiado tiempo, era poco probable que volviera a salir de allí. Estaba viejo, cansado, nadie lo miraba ya, aún cuando su aspecto era delgado, el gusto de las nuevas generaciones era engañoso, decían preferir a los flacos, pero ese gusto no se manifestó realmente en su favor. Nadie lo miraba jamás. Veía pasar miles de personas de todas las características, bullendo en ansias de conocer, con los ojos atentos al interior de las estructuras de metal. Pero no se detenían en él, no llamaba la atención. Era extraño además porque se conservaba entero, aunque revelaba su edad, estaba mucho mejor conservado que la mayoría de sus acompañantes. Los que estaban afuera eran los desgastados, los maltratados por impertinentes arañazos, con los cabellos de un color distinto al original, opacados por un tono entre amarillento y gris. Pero allá iban y venían en silencio de un lado a otro. Y él sin haber salido jamás, sin haber sido tocado por nadie.

Esperaba, no podía hacer nada más. Todo lo que sabía lo adquirió en un instante, eso era lo que daba a ofrecer, su cara demostraba todo. Era vacío. Los otros a su lado, también callados, ensombrecidos, se movían poco, pero ninguno llevaba tanto tiempo como él. Ellos salían a algo, alguien los limpiaba.

Fue quizá por esa quietud que todo comenzó así. Un momento, por cierto de mucho sol, sintió que en su pie derecho se introducía algo, era una diminuta aguja que comenzaba a perforar. Trató de moverse y cayó en cuenta que ya había perdido la movilidad de las piernas. El dolor cesó de golpe, por lo que finalmente decidió no darle importancia, pero más tarde notó que ya no era sólo una punzada, sino que se había extendido lentamente y que comenzaba a atravezarlo de parte a parte, lentamente, como un animal que se introduce en la piel y comienza a morder la carne avanzando sin ningún afán, como si fuera el único se había detenido a disfrutarla. Le corroía los miembros, dejando a podrir lo que el hambre no había devorado, la necrosis avanzaba. Desesperaba del dolor, y no podía gritar. Miraba con angustia a las personas que pasaban frente a él, esperaba a alguien que por fin se interesara y lo sacara de allí, que lo protegiera, lo curara, le quitara ese dolor.

La niña de cabellos dorados no lo había visto. El viejo de lentes se detuvo largo rato sobre él mirándolo son una sonrisa extraña, como recordando tiempos pasados, se alejó cojeando. El olor del adolescente de pelo largo se sintió desde lejos, pero igual pasó sin voltear por lo menos la mirada hacia ellos. Ya no podía más, no era el dolor solamente, era el miedo de que llegara a las partes importantes, que el animal las destruyera para siempre, que ya su importancia se acabara. Tenía miedo a perder su motivo de orgullo. Sentía cómo se acercaban las mordidas exquisitas, oía la lentitud de la digestión, los tiempos de reposo, los gozos de la reproducción de la familia. Eso lo aterró. En efecto ya no era un animal sino varios que se extendían en ramales distintos.

Los de al lado se comenzaron a dar cuenta de su malestar, trataban de alejarse de él en lo posible, comprendieron pronto cual era el motivo de su intranquilidad y su espanto creció, era seguro un contagio, no se iban a permitir eso. Era preciso saltar, arriesgar la vida a tener que morirse lentamente como él. El asco los alejaba, lo miraban con desprecio, ya no con lástima, se sentían amenazados y lo hacían sentir culpable de eso. Algunos incluso ya no lo observaban, aunque la curiosidad malsana los obligaba a desviar la mirada al pasar frente a él, se volvían rápido, tratando de olvidar semejante espectáculo deprimente.

Como era poco probable que se le permitiera conseguir algo mejor de lo que tenía en el momento, comenzó a hacer uso de él lentamente, como si fuera lo único (y quizá así lo fuera). No había mucho espacio, el resto se apiñuscaba contra él a su pesar, preocupados por otras cosas. Ese regalo era el más majestuoso posible. Lo recibió gustoso, irresponsable, vengativo. Alguien le prendió fuego.

Ajeno al ardor de sus miembros necrosados, se sintió purificado. Los gusanos del gorgojo que prudentemente había evitado la niña del cabello claro, ahora comenzaban a arder con él, en sus entrañas, las hojas se quemaban rápido, secas por el paso del tiempo, el resto se hizo cenizas.

Inicio

Como salto al vacío, así como la mayoría se siente, quizá cuando comienza a publicar, así me siento.
Pero me he decidido, así que iré publicando cosas acá, cosas que fueron escritas hace tiempo. Y espero que el pasado escrito se encuentre con el futuro de la escritura en algún momento.